lunes, 14 de mayo de 2007

Lo que nos cuestan nuestros políticos

No voy a meterme con el sueldo de los políticos aunque muchos sean escandalosos. Tampoco con esas prebendas que de cuando en cuando se autoconceden, como las relativas a su jubilación. Realmente no voy a meterme con nada, pues voy a limitarme a indicar un camino para abaratar enormemente el costo que suponen el Congreso y el Senado como centros de trabajo (es un decir) de nuestros “representantes democráticamente elegidos”.
No sé si los datos de que dispongo son o no totalmente exactos, pero para el caso es lo mismo. Según mis números, en el Congreso tenemos 350 parlamentarios y en el Senado 259, que en estos momentos están distribuidos en la siguiente forma: Los de la Cámara baja se reparten a razón de 164 para el PSOE, 147 para el PP, 10 para CiU, 8 para Ezquerra, 7 para EAJ-PNV, 5 para IU-ICV, 3 para Coalición Canaria y 6 para el Grupos Mixto; y en la Cámara alta hay 97 senadores del PSOE, 125 del PP, 16 de Entesa Catalana, 7 del PNV, 6 de CiU, 4 de Coalición Canaria y otros 4 del Grupo Mixto. En total, pues, tenemos 409 parlamentarios que corresponden a 15 formaciones diferentes (considerando, claro es, que son distintas las que un mismo Partido pueda tener en ambas Cámaras).
Teniendo en cuenta que la vida es cada vez más cara, sería muy conveniente que nos planteásemos la posibilidad de reducir el número de parlamentarios a su mínima expresión, sin que con ello se modificase nada la proporcionalidad de los resultados electorales.
Me estoy metiendo en camisa de once varas, porque soy de Letras y voy a aplicar unas nociones –elementales, naturalmente- de Matemáticas:
En un primer paso se dividirían las Cámaras en dos; resultaría muy fácil de hacer, porque es como están ahora. La diferencia estriba en que, como medida complementaria, habría que convertir al Senado en algo realmente útil, pues en estos momentos vale para muy poquito y sería hasta preferible que no existiera.
El segundo paso consistiría en coger los resultados electorales de cada Cámara por separado y hallar el “mínimo común divisor” de los diferentes grupos o Partidos. O, mejor aún, dar el valor 1 al grupo que menos representantes hubiera sacado, y un valor proporcionalmente superior a cada uno de los demás. Aplicado esto a nuestra situación actual, tendríamos más o menos los valores que para cada Agrupación se recogen a continuación, expresando en primer lugar los correspondientes al Senado y a continuación los del Congreso:

Grupo Mixto: 1 y 2
Coalición Canaria: 1 y 1
CiU: 1,50 y 3,33
PNV: 1,75 y 2,33
Entesa Catalana: 4 y 0
PSOE: 24,25 y 54,66
PP: 31,25 y 49
IU-ICV: 0 y 1,66
Ezquerra Republicana: 0 y 2,66

Y en el tercer y último paso cada Partido o Agrupación escogería a una sola persona (o a dos, si hubiese obtenido representación en ambas Cámaras), y a los elegidos se les asignarían los valores que se reflejan en el cuadro precedente, con lo que el resultado de cada votación sería el equivalente al actual (pero con una posibilidad de error infinitamente menor), y únicamente tendríamos que pagar 7 sueldos en el Senado y 8 en el Congreso.Ya sé que nuestros “representantes democráticamente elegidos” no se limitan a levantar el dedo en las votaciones pero, dejémonos de historias, eso es lo más interesante de lo que afirman hacer por el pueblo bajo; el resto, por quien realmente lo hacen es por el Partido al que representan. Justo es, en consecuencia, que todos esos sueldos que nos ahorraríamos con mi teoría se siguieran pagando, pero que quien los pagase fuese cada Partido político y no los ciudadanos.

martes, 8 de mayo de 2007

Disciplina de voto y abstención

Estoy en contra de los partidos políticos, de todos sin excepción. La razón es obvia: creo en la persona y, sobre todo en uno de sus más preciados derechos, la libertad.
No creo que exista un solo partido político que no presuma de defender a ultranza los derechos de las personas; unos lo hacen apoyándose en el llamado “humanismo cristiano” (que ‘los de derechas’ hacen derivar de las doctrinas tomistas y ‘los de izquierdas’ de las de Emmanuel Mounier), otros en la filosofía marxista, algunos en el marxismo-leninismo, ...; pero es igual: todos nos engañan.
No me importaría estar equivocado, pero mi razonamiento es el siguiente: teniendo en cuenta que el principio esencial que preside la actuación de todo partido político es la llamada “disciplina de voto” (ya saben, es eso de que ‘el que se mueva no sale en la foto’), ningún militante de ningún partido puede disentir de la opinión de sus ‘superiores’, al menos en las cuestiones de mediana importancia para arriba. Y, si no puede disentir, no tiene libertad para votar a favor de aquello que en cada momento considere más adecuado: está terminantemente obligado a votar lo que le digan ‘desde arriba’, aunque sea lo contrario de lo que le piden sus electores.
Si esto es así, y mucho me temo que estoy en lo cierto, quizá convenga que empecemos a preguntarnos si merece la pena acudir a votar. Ya sé (entre otras cosas porque los políticos no se cansan de repetírnoslo cada vez las elecciones están próximas) que el hacerlo supone ejercer el más alto derecho democrático, pero el voto puede ser en una de las siguientes cuatro direcciones, todas ellas de igual valor y tan democrática una como las otras: a favor de uno de los candidatos que se presenten; nulo (generalmente por estar mal cumplimentada la papeleta, sea por descuido, ignorancia o a sabiendas); en blanco; o absteniéndose.
Nunca he logrado entender eso que todos los políticos dicen de que abstenerse es dar el voto a las minorías; creo que quien se abstiene lo único que hace es manifestar su disconformidad con todos los candidatos.
Digan lo que digan "ellos", ¿creéis que merece la pena desgastar la suela de los zapatos para ir a votar a un "engañapastores"?

miércoles, 18 de abril de 2007

Política y política

Me encanta la Política y detesto la política. Parece un contrasentido, pero creo que no lo es:
La Política que me gusta, y que es posible que sea algo utópico que sólo exista en mi imaginación, debió darse hace muchos siglos, y consistía en la administración de los bienes públicos en beneficio de las ‘personas de a pie’, llámense súbditos, ciudadanos o como se quiera.
En aquella época, los políticos se preocupaban por administrar los bienes públicos con el mismo cuidado, al menos, que el que ponían en los suyos propios.
Pero hoy las cosas han cambiado y lo que generalmente se llama Política no merece la letra mayúscula de su inicio: es simplemente política o, si se prefiere, detentación de cargos públicos.
Hoy en día, un gobernante que se precie no es fácil que se preocupe por el conjunto de sus súbditos aunque, evidentemente, dirá siempre lo contrario a voz en grito: se preocupará, como mucho, de aquello que interese a su propio partido, y eso solo en el caso de que no se limite a sus familiares, amigos y posibles “benefactores” futuros.
¿Conoce alguien a algún político –de cualquier signo- que se preocupe por no gastar un céntimo más de lo que gastaría si el dinero fuera suyo?
Creo que nos merecemos los políticos que tenemos, preocupados todo el día buscando la paja en el ojo ajeno, y que estaríamos mucho mejor si volviéramos a los orígenes.